Era martes, aún era
temprano, salí a pasear al perro antes de ir al instituto. Me
encantaba sacar a Aguacate a esa hora, era cuando más disfrutábamos
los dos. Él corría libremente por aquellas vacías calles de
transeúntes y yo, yo lo envidiaba, alguna vez pensé en echarme a
correr con él pero consideré que no estaría bien visto. Mientras
Aguacate corría, yo imaginaba miles de historias en mi cabeza. Había
una que me apasionaba. Trataba sobre un pájaro, un pájaro precioso.
Vivía en las selvas tropicales y había algo que le diferenciaba del
resto de pájaros: tenía un canto de sirena. Un canto que
hipnotizaba a cualquier viajero que se adentraba en aquellas selvas
alejadas de la mano de Dios. Nunca fue visto y se dice que está
extinto. Lo único que se conocía de estos pájaros era su cántico.
Me imaginaba ser ese
pájaro por eso amaba salir a pasear a esa hora, la brisa marina daba
en mi cara y yo me sentía libre. Podía volar, no físicamente pero
si dejaba volar mi imaginación. Aguacate se cansaba muy rápido de
sus carreras por lo que volvía a mí en poco tiempo. Me acompañaba
en mi tranquilidad, disfrutando de mi compañía. El paseo siempre se
nos hacía corto pero yo tenía que ir al instituto. Dejaba a
Aguacate en casa y me dirigía a clase. Así día tras día durante
meses.
Pero aquel martes era
diferente, yo tenía 15 años por aquel entonces, era una persona muy
manipulable e ilusa. Creía que todo el mundo era mi amigo y que
nadie me traicionaría por eso me fiaba de cualquiera; así que
cuando me hablaron aquellos chicos de bachillerato a la entrada del
instituto no desconfié de ellos. Es más, me alegré, “¿yo, un
chico de 3º de la ESO hablando con los mayores?” Tenía que
contárselo a la gente de clase. No me dijeron mucho, tan solo que
querían verme todos los días a la entrada del instituto. “¡Esto
es más fuerte aún! He de decírselo a Víctor y Helena”. Al
llegar a clase, Víctor y Helena me esperaban ansiosos ya que había
tardado más de lo normal. Les conté lo ocurrido, Víctor, tan
ingenuo como yo se alegró, en cambio Helena se mostró reacia. Le
parecía raro que los mayores del instituto se hubieran fijado en mi,
en ese momento no le di importancia y compartí mi alegría con
Víctor dejando de lado las advertencias de Helena.
Al día siguiente llegué
al instituto y me los encontré. Se presentaron, había un chico que
parecía el cabecilla del grupo. Era alto y delgado, con el pelo
alborotado y roñoso. No tenía muy buen aspecto. Le apodaban
“Chester”. A “Chester” le seguía su séquito a todos lados,
estaba Andrea, Daniel, un tal Moreno y Rebeca. Cuando vi a Rebeca me
quedé prendido de ella al instante, sus ojos color miel se clavaron
en mi y me escrutaron de arriba a abajo. Rebeca era pequeña y
menuda, bastante delgada y aparentaba menos edad de la que tenía.
Llevaba el pelo recogido en una coleta, su pelo era liso y de color
castaño. Era preciosa, o así lo veían mis ojos de enamorado.
Hoy me doy cuenta de que
aquel grupo tenía algo que no gustaba del todo, siempre estaban
solos y no se relacionaban con nadie más. Además todos presentaban
un aspecto bastante demacrado como si tuvieran alguna enfermedad. En
aquel momento no caí en la cuenta, simplemente estaba ilusionado y
emocionado por hablar con gente grande, además de enamorado de
Rebeca.
15 de Enero de 2010,
nunca olvidaré esa fecha, la fecha en la que comenzó mi prisión.
Fui con mis nuevos “amigos” al estanco de la esquina del
instituto, ellos pidieron un paquete de tabaco, “Chesterfield”
para ser exactos, ahí me di cuenta del apodo de “Chester”. Eran
las 8 de la mañana y ya habían empezado a fumar, me ofrecieron un
cigarro pero me mostré reacio. Después de haberme insistido tres
veces más, accedí. Lo peor que hice, a día de hoy odio ese
momento, me arrepiento cada segundo de esa puta decisión.
Probé aquel cigarro y
tosí, volví a probarlo y volví a toser. A la tercera vez empecé a
saborear aquel sabor amargo que entraba en mi garganta, era una
sensación extraña, no sabría describirla, simplemente me sentía
bien, estaba integrado en el grupo de los mayores y eso era lo que me
importaba.
Los meses pasaban y yo ya
había perdido el contacto con Víctor y Helena. Actualmente, ellos
son novios y están estudiando una carrera, yo estoy aquí,
prisionero.
Continuamente me fugaba
de clase para ir a fumar al baño con Chester y su grupo. La adicción
era cada vez peor, había días que llegaba a fumarme el paquete
entero, no podía parar. Tampoco quería hacerlo, pensaba que Rebeca
se estaba enamorando de mí y eso hacía que yo fumara más y más
para impresionarla. Había empezado fugándome de clase hasta que
llegué al punto de fugarme de casa, preocupando día tras día a mi
madre. Ella no me entendía, o eso quería creer yo. No sabía nada
de mi vida, tan solo quería incordiar. Llegué a odiarla por
quitarme la libertad un par de veces, me creía más grande de lo que
realmente era, era un simple niñato fumando cigarros nada más. Eso
no me hacía más maduro ni más hombre, era un simple niño.
Tras el tabaco, llegaron
los porros, porros de marihuana, de hachís. También llegó el
alcohol, y con éste el “cristal”. En pocos meses había pasado
de ser un chico deportista a tener el aspecto que tenía el grupo de
Chester. Era irreconocible, me había vuelto muy delgado, tenía
ojeras, mis dientes se habían vuelto amarillentos.
Empecé a robar para
pagar mis adicciones, con 15 años, fui detenido tres veces. Hoy no
me creo todo lo que le hice pasar a mi madre, esas noches sin dormir,
la angustia de saber que tu hijo es un adicto y ella no puede hacer
nada. Alguna vez llegué a amenazarla si no me daba el dinero. Estaba
loco, loco por aquellas adicciones que me hacían feliz.
El peor día llegó seis
meses más tarde, otra fecha para recordar, 23 de Julio de 2010.
Estaba en casa del amigo del amigo de Chester. Era una fiesta para
gente grande, era uno de los pocos menores. Había de todo, había
alcohol, tabaco, drogas duras, blandas...
Al verla, me quedé
atónito. Estaba realmente preciosa, llevaba un vestido negro pegado
que realzaba su figura, un collar dorado y unos zapatos de tacón del
mismo color. El pelo le caía sobre la cara y al final de éste se
formaban unos preciosos bucles. Su cara, en cambio, era la misma,
aunque yo siempre la vi perfecta. Al segundo apareció un chico alto,
musculoso y mayor. Era su novio. Me quedé de piedra, algo estalló
dentro de mí que empecé a beber. Una cerveza tras otra, luego un
cubata, seguido de cigarros, porros y un largo etcétera.
Sobre las tres de la
mañana, me metí en el baño a vomitar, había mezclado demasiadas
cosas y con 15 años uno no tolera nada. Pero allí me encontré con
el mismísimo diablo encarnado en Chester. Él se reía de mí, decía
que no tenía aguante, que si vomitaba estaría fuera de su grupo
para siempre, que era un iluso por pensar que Rebeca se enamoraría
de mí. Así que me retó, me dijo que si hacía lo que él me pedía,
Rebeca sería para mí. No presté atención a su reto, solo me quedé
con “Rebeca será para ti.” Chester sacó un polvo blanco y una
tarjeta y ahí delante de mi cara, esnifó cocaína. Me ordenó que
yo también lo hiciera, sin dudarlo lo hice, “Rebeca para mí”,
pensaba continuamente y eso me ayudó a no dudar.
Y a partir de ahí ya no
recuerdo nada, al parecer, me encontraron tirado en el suelo del
portal de aquella casa. Alguien llamó a la ambulancia y me llevaron
al hospital. Cuando desperté, la vi, con su cara de ser la peor
madre del mundo y yo no podía sentirme peor.
Los médicos empezaron a
hacerme muchísimas pruebas, di negativo en todo, pero hubo una
prueba que nadie se esperaba. Tenía cáncer, cáncer de pulmón. Mi
mundo se hizo pedazos en cuestión de segundos. “¿Cómo? Es
imposible”, grité. La miré y vi como sus lágrimas empezaron a
caer, su llanto se hizo fuerte tan fuerte que dio un alarido. No
podía seguir mirándola, me sentía sucio y el ser más horrible del
mundo.
Hoy, 7 de Abril de 2013,
tengo 18 años y tengo cáncer. Recibo quimioterapia pero esto no
mejora. Supongo que no duraré mucho más. Después de esa fiesta no
supe nada de Chester y su pandilla. Estaba solo y no quise darme
cuenta. ¿Por qué yo y no otro chico a quién embaucar? Nunca lo sabré.
¿Qué sacaron metiéndome
en aquellas adicciones? Tampoco lo sé. Realmente no sé si estaba
predestinado a tener este cáncer o yo mismo me lo forcé, lo único
que sé es que era, soy y seré un prisionero.